En medio de un territorio montañoso y agreste, rodeado de bellas praderas y bosques, se extiende Montejo de la Sierra, una pequeña población de poco más de 400 habitantes que aún siendo pequeña, casi suma tanto como los otros 5 pueblos que constituyen la Reserva de la Biosfera juntos. Situado a los pies de la Majada de la Peña, se ha vertebrado en torno al arroyo de La Mata, un cauce fluvial que divide el territorio de norte a sur y se acerca hasta el núcleo urbano antes de unirse al río Lozoya.
El agua fue, por tanto, un elemento de singular importancia en Montejo y da fe de ello tanto la cantidad de antiguas fuentes que alberga su núcleo urbano, como muchos nombres de su callejero; Calle de la casa del Agua, Calle de la Fuente del Arca, Calle del Pozo, Calle del río, etc…
Hasta la Edad Media, todos los pueblos de la sierra del Rincón fueron instalaciones temporales de los pastores de Buitrago, Somosierra, Colladillo y Robregordo en busca de nuevos prados para el ganado. Y es que por Montejo del Rincón –su denominación original- cruzaba la Cañada Real que provenía de Tamajón (Guadalajara) y pasaba entre la Ermita de Nazaret y la Dehesa de Prádena.
Esta tradición agropastoril ha dejado signos identitarios en todos los pueblos de la Sierra del Rincón, especialmente en las casas -sólidas y sobrias por igual-, donde podemos reconocer muchas claves de la vida tradicional.
Es frecuente, por ejemplo, encontrar frente a muchas viviendas un grueso madero que puede parecer un banco. Aunque la gente hoy se siente en ellos, en realidad, no lo es. Recibe el nombre de “machacadero” y servía antaño para machacar el lino, de ahí su nombre. Hubo un tiempo en que el cultivo de linares compartió protagonismo económico con la ganadería. Ahora ya no se cultiva porque, aparte de ser poco rentable, es muy trabajoso. El lino era, junto a la lana, el material textil por excelencia. Su semilla se sembraba entre los meses de marzo y abril. Ya maduro, era arrancado de los linares en agosto y transportado en gavillas o mañas hasta el lugar donde era empozado, es decir, sumergido bajo el agua. Quince días después se dejaba secar al sol y, posteriormente, llevado al machacadero donde las mujeres lo molían con un espadín y rastrillaban para desprender la paja de la fibra. Era entonces cuando se hilaba y enmadejaba.
Aunque el pueblo ha crecido extraordinariamente en los últimos veinte años, todavía se conservan muchos de estos “machacaderos” que sirven ahora para sentarse al fresco en los cálidos veranos y hacer algo de vida social, como nos recuerda el poema de Rafa de Frutos, uno de los cronistas oficiosos de Montejo.
Un madero colocamos en la puerta
que pusimos al poco de casarnos
una viga del pajar que ya era vieja
y que siempre nos sirvió para sentarnos.
Aquella viga que con unos cantos
intentó calzar el buen abuelo
fue descanso del joven matrimonio
y de hijos y nietos con el tiempo.
Cuantas veces, cuando la tarde iba cayendo,
le decía a mi señora con respeto,
vamos a sentarnos a la calle
mientras comes el pan y ese torrezno.
Y yo salía feliz, por qué negarlo,
a sentarme en aquel viejo madero
para hablar con los hombres y mujeres
a la vez que tomábamos el fresco.
Otro de los elementos urbanos singulares de Montejo, pero también del resto de pueblos de la Sierra del Rincón, son los llamados “abrazamozas” unos estrechos callejones que se abren en el espacio entre viviendas y que debieron ser refugio de miradas para jóvenes enamorados. Por uno de ellos, en la zona conocida como El Zarzal entrando desde la misma plaza, llegamos a la fuente más antigua del término municipal. Nos referimos a la Fuente del Arriero, que tuvo antaño una importante función, pues abastecía a Montejo de agua. Y es que, como apuntábamos anteriormente, el pueblo tiene más callejas que calles. La mayoría de las fuentes no tenían por objeto el consumo del líquido elemento sino el riego de huertas y bancales para la agricultura de autoconsumo.
La Plazuela es el centro alrededor del cual se desarrolló el municipio que, como podrás comprobar, discurre por la ladera sur de la Majada de la Peña, adaptándose a las curvas de nivel. La Plazuela es conocida, también, como La Plaza de la Fuente, porque allí se erige la de los Tres Caños, construida en el siglo XIX pero inaugurada por Clara Campoamor en la visita que realizó en 1927 y que sirvió hasta no hace tanto de abrevadero para el ganado.
Dependiendo de la época en la que visites la población, puede que te sobrecoja en la plaza la presencia de un tronco de gran altura. Se trata de El Mayo, un pino lo más derecho y alto posible que los mozos jóvenes del pueblo colocan lo más alto posible, el último día del mes de abril, para simbolizar su arrojo y valentía.